08 de febrero

Biblia en 365 Días

Levítico 22-23

 

Levítico 22

Las instrucciones ya dadas ahora se repiten con mayor detalle y una aplicación más amplia. El sacerdote no solo debe estar libre de imperfecciones y corrupciones, sino que debe asegurarse de que todo lo que ofreció sea de su mismo carácter. Una vez más, no debía ejercer hospitalidad hacia los que eran inmundos o ajenos al pacto de las cosas que pertenecían a la Casa de su Dios.

Estas estrictas instrucciones se cerraron con una reafirmación de la razón, que había sido dada en otras conexiones, "Yo soy Jehová ... Seré santificado entre los hijos de Israel". Por lo tanto, a estas personas nunca se les permitió perder de vista el hecho de que el propósito más profundo de su existencia era la manifestación de la verdad concerniente a Dios. Toda la degradación existente entre las naciones se debió a las falsas ideas de Dios que caracterizaron su vida y culto. Jehová es el Dios de la santidad porque Él es esencialmente el Dios del amor. Estas son las cosas más profundas que las naciones pueden aprender. Un pueblo creado para su manifestación debe compartir esa santidad y ese amor. De ahí la necesidad absoluta de lealtad completa en la vida personal y la conducta relativa de los hombres que han de interpretar a las naciones vecinas la verdad concerniente a Dios.

 

Levítico 23

Las fiestas de Jehová fueron signos y símbolos nacionales. Estos fueron tratados ahora. El lugar principal fue dado al Sábado. Su constante recurrencia, gobernada no por el orden natural, sino por la representación divina, hablaba siempre de cosas infinitas y valores eternos.

El año comenzó con la fiesta de la Pascua y los Panes sin levadura, recordando así a la gente las verdades fundamentales sobre su existencia nacional.

La fiesta de las Primicias debía ser observada en la tierra. Marcó el hecho de la posesión y se caracterizó por la alegría.

Después de un lapso de siete semanas completas durante las cuales se recolectó la cosecha, se observó la fiesta de la Cosecha, siendo este un reconocimiento de que todo vino de Dios.

El séptimo mes fue el mes más sagrado del año. En ella se observaron dos grandes ordenanzas: el Día de la Expiación y la fiesta de los Tabernáculos, precedidos por la fiesta de las Trompetas. El Día de la Expiación ya ha sido descrito (capítulo 16). Aquí se coloca entre las fiestas de Jehová. Todas las otras fiestas fueron temporadas de alegría. Este fue un día de dicción. Sin embargo, en el sentido más profundo, fue un día de fiesta y regocijo. El luto era el método, pero la alegría era el problema.

La fiesta final del año fue la de los Tabernáculos. Al habitar en casetas, a la gente se le recordó el carácter peregrino de su vida bajo el gobierno de Dios. Iba a ser preeminentemente una fiesta de alegría. La disposición a obedecer la voluntad de Dios es la ocasión de canciones en lugar de endechas.